La maternidad/paternidad requiere de una serie de capacidades, que se ven influenciadas por varios factores y que requieren ajustarse según la situación y circunstancias específicas de cada familia y entorno. En este apartado vamos a ver cuáles son los aspectos más relevantes para hacer florecer las habilidades parentales en una sociedad cambiante y disfrutar así de unas relaciones positivas con hijas e hijos.
Qué son
Son recursos que tienen los progenitores y habilidades educativas que van desarrollando con el fin de asegurar un desarrollo suficientemente sano de sus hijos e hijas.
Tienen que ver con la capacidad de percibir, interpretar y responder adecuadamente a las necesidades de cada niña y niño, facilitando la satisfacción de sus necesidades afectivas, fisiológicas, de protección, socialización, estimulación y educación, y la regulación emocional que permite recuperar la calma ante situaciones estresantes.
Para esta labor es fundamental conocer las características y necesidades de las hijas e hijos según la etapa evolutiva en que se encuentren, y así poder ir adaptándose adecuadamente a ellas a lo largo de su crecimiento, ofreciendo oportunidades de exploración del entorno, adquisición de hábitos, autonomía progresiva y socialización.
Lo esencial no es que madres y padres sean perfectos, sino que ofrezcan una respuesta consistente y afectuosa a sus hijos que, al ser repetida en el tiempo, les hace sentirse amados, protegidos y seguros. De esta manera, se van estableciendo unos vínculos sanos y seguros que hacen crecer la confianza del niño en el adulto y el conocimiento mutuo.
Para entrar en detalle en las competencias parentales, distintos autores hacen sus propias clasificaciones, y desde RECURRA GINSO las hemos aunado en los siguientes bloques:
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Capacidad de vincular afectivamente con los hijos, creando unos lazos de confianza y seguridad en los que prime el amor, el cuidado y la empatía. Para conocer más sobre los distintos tipos de apego y cómo establecer un vínculo seguro con los niños, visitad la temática de apego e inteligencia emocional.
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Competencias educativas para establecer dinámicas familiares saludables, normas de convivencia y límites sanos; en definitiva, una disciplina positiva que fomente las potencialidades de los menores, su participación en la vida familiar, social y escolar, y su aprendizaje.
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Habilidades para la vida: cultivando el autoconocimiento y la autoestima, el autocontrol y las habilidades sociales de los hijos/as, la manera de lidiar con el estrés, la resolución de conflictos, la resiliencia y la creación de un proyecto de vida.
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Compromiso parental y búsqueda de apoyo social: implicándose en la tarea de ser padres/madres, reconociendo su importancia y abordándola con responsabilidad, autocrítica, positivismo; siendo un modelo de resiliencia para los hijos/as y buscando apoyo en personas cercanas e instituciones.
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Organización doméstica: incluyen la higiene corporal, los hábitos alimenticios saludables, la limpieza y el orden en casa, el mantenimiento y los arreglos del hogar.
Es muy importante fomentar nuestra capacidad de reflexionar sobre la propia manera de ser madre, padre o cuidador/a y revisar la forma de relacionarnos con nuestras hijas e hijos, entendiendo que la parentalidad es una labor que requiere dedicación, trabajo personal y buenas dosis de voluntad y entusiasmo. Disponer de una red familiar o social y saber buscar apoyo profesional en este camino de ser madres/padres resulta beneficioso para fortalecer estas competencias, aumentar nuestro sentimiento de autoeficacia y disfrutar de esta valiosa y desafiante tarea.
Cuáles son
Factores de riesgo y de protección
Entre las variables que influyen en la generación y el florecimiento de estas capacidades parentales, destacamos las siguientes, estrechamente relacionadas entre sí.
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Variables personales: nos referimos a aspectos genéticos o heredados y particularidades de la propia historia como la educación recibida, y a rasgos personales como las habilidades socioemocionales: autoestima, empatía, autorregulación de emociones, resiliencia, autocrítica. Es muy importante destacar que no son determinantes, ya que pueden ser tratadas con el fin de optimizarlas y que afecten de manera constructiva al desarrollo infanto-juvenil y a la relación paterno o materno-filial.
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Aspectos culturales: serían aquellas normas y valores implícitos respecto a cómo deben ser los roles parentales y qué se espera de niños, niñas y adolescentes. Influirán positiva o negativamente según la presión que sientan los progenitores a actuar de determinada manera, la consonancia con los propios criterios educativos y la facilidad para gestionar la discordancia que pueda existir entre su estilo de crianza o el comportamiento de sus hijos/as y el aceptado culturalmente.
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Componentes sociales: no debemos obviar el peso que tienen las condiciones sociopolíticas (locales, estatales y mundiales) así como la situación socioeconómica específica de cada familia, puesto que contar o no con una red de apoyo, recursos económicos o estabilidad laboral son variables que inciden en la cantidad y calidad de tiempo que los progenitores van a pasar con sus hijos/as, el nivel de tolerancia de estrés -propio y de los hijos e hijas- y, en definitiva, en el estilo de parentalidad.
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Factores familiares: características como la existencia de adicciones en la familia, situaciones violentas o algún tipo de maltrato (emocional, verbal, físico, por negligencia, abusos sexuales) vivido en la infancia o adolescencia de los progenitores, en el momento actual o en la historia familiar, afectan al desarrollo de las habilidades parentales.
Desde la intervención psicoterapéutica con adolescentes y sus familias, en RECURRA GINSO trabajamos para que la familia sea un espacio seguro donde cada miembro se sienta querido y capaz de desarrollar sus potencialidades, donde se disfrute en común, se compartan valores y hábitos saludables y se coopere para afrontar los conflictos de forma constructiva, facilitando el desenvolvimiento de las capacidades parentales.
Estilos educativos
Cada familia va desarrollando un modo de criar y educar, basado en estos factores que acabamos de mencionar, y que podemos distinguir en cuatro modelos educativos. Aunque una familia puede pasar de uno a otro, según circunstancias específicas -ya sean culturales, sociales o personales- suele predominar uno de ellos:
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Autoritario: hay un control excesivo y un alto nivel de exigencia unidos a la falta de empatía, afectividad y comunicación. En este enfoque, obedecer es lo importante. Es habitual que estas niñas/os muestren inseguridad o rebeldía, desconfianza y una falsa autoestima, basada en el desequilibrio de poder.
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Permisivo: tanto el control como el establecimiento de límites son prácticamente nulos, por lo que las figuras de autoridad pasan a ser iguales y su sentido de autoeficacia es reducido. Suele dificultar que los menores desarrollen autocontrol, empatía y habilidades para la resolución de conflictos.
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Negligente: no existe supervisión y tampoco hay unos cuidados adecuados, ya sea por estar ausentes o por no saber cómo hacerlo. Esta situación habitualmente provoca una sensación de abandono, ligada a dificultades para relacionarse y para elaborar y mantener un proyecto de vida en el futuro.
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Participativo: combina el establecimiento de límites claros con una elevada responsabilidad afectiva hacia los hijos/as y la tarea parental. Tiende a favorecer la capacidad de reflexión, el aprender a aprender, la sana autoestima, las relaciones interpersonales y el llegar a acuerdos ante los conflictos.
En las últimas décadas han ido cambiando los roles y reglas del funcionamiento familiar, pasando de un enfoque más autoritario a otro más flexible, en el que se escucha a los hijos y se abre una vía para la comunicación y la negociación. Esto tiene consecuencias muy positivas tanto en las relaciones y los vínculos como en la autonomía de los menores, que requiere un posicionamiento claro y una autoridad positiva por parte de los progenitores o adultos a cargo.
La familia es el primer lugar donde el ser humano se relaciona, experimenta y adquiere habilidades, gracias al vínculo creado por sus adultos de referencia. Al ser la infancia un periodo crítico y de gran vulnerabilidad, la familia constituye un referente básico para la construcción de la persona, un espacio seguro y estable: el primer grupo social del que sentirse parte y desde el que poder salir al mundo.
En los últimos años, la estructura y las funciones de la familia han ido cambiando de forma considerable y vamos asimilando distintos tipos de familia, que enriquecen las formas de ejercer la parentalidad. Según varios estudios de Psicología y Educación con niñas, niños y adolescentes de distintos modelos de familia, estos tienen satisfechas sus necesidades fundamentales, ya que ello no depende de la estructura familiar sino de la manera en que las figuras adultas se relacionan con sus hijos e hijas, la seguridad que les aportan, la calidad y estabilidad del vínculo que crean, los valores y habilidades que transmiten, y los apoyos del entorno.
El funcionamiento correcto de la familia depende más de la interacción entre sus miembros y con el medio, que de la forma que está constituida, por ello resulta de vital importancia aceptar socialmente los nuevos modelos de familia puesto que la discriminación afecta al sentimiento de autoeficacia de los padres y al desenvolvimiento de sus capacidades parentales, así como a las habilidades socioemocionales de sus hijos.
Compartimos la clasificación de los modelos de familia que aporta el Observatorio FIEX, cuyo material completo podéis encontrar en esta misma página, en el apartado “recursos de interés”:
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Familia sin hijos: aquellas parejas que deciden no tener descendencia o que presentan dificultades para ello.
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Familia biparental con hijos o nuclear: es la formada por la madre, el padre y uno o más hijos/as. Es la que conocemos como tradicional, clásica o convencional y es también la más habitual.
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Familia homoparental: en la que la pareja es homosexual, compuesta por dos hombres o dos mujeres.
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Familia reconstituida o binuclear: también llamada compuesta o ensamblada, está formada por la unión de un progenitor divorciado con hijos con una pareja nueva, que también puede tener hijos/as.
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Familia monoparental: está constituida por una sola figura adulta y su hijo/a o hijos/as.
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Familia de acogida: está integrada por una pareja o un adulto que acoge de forma temporal a uno o más niños/as, hasta que son adoptados o se resuelve la situación de su familia biológica. Para obtener más información sobre el acogimiento, te recomendamos visitar el apartado “recursos de interés”.
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Familia adoptiva: formada por uno o dos adultos y uno o varios hijos/as. Para conocer más sobre sus características, os recomendamos visitar esta temática: vínculos y adopción.
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Familia extensa: se constituye cuando conviven más familiares, además de padres e hijos, en el mismo hogar: abuelos/as, tíos/as, primos/as.
Diversidad familiar